viernes, 12 de septiembre de 2008

El Hombre Que Se Creía Muerto

Había un señor muy aprencivo respecto de sus propias enfermedades y sobre todo, muy temeroso del día en que le llegara la muerte.
Un día, entre tantas ideas locas, se le ocurrió que quizas él ya estaba muerto. Entonces le preguntó a su mujer.
-Dime mujer ¿no estaré muerto yo?
La mujer rió y le dijo que se tocara las manos y los pies.
-Ves, ¡están tibios! Bien, eso quiere decir que estás vivo. Si estuvieras muerto, tus manos y tus pies estarían helados.
Al hombre le sonó muy razonable la respuesta y se tranquilizó.
Pocas semanas después, el hombre salió bajo la nieve a hachar algunos árboles. Cuando llegó al bosque se sacó los guantes y comenzó a hachar.
Sin pensarlo, se pasó la mano por la frente y notó que sus manos estaban frías. Acordándose de lo que le había dicho su esposa, se quitó los zapatos y las medias y confirmó con horror que sus pies también estaban helados.
En ese momento ya no le quedó ninguna duda, "se dió cuenta" de que estaba muerto.
-No es bueno que un muerto ande por ahí hachando árboles -se dijo. Así que dejó el hacha al lado de su mula y se tendió quieto en el piso helado, las manos en cruz sobre el pecho y los ojos cerrados.
A poco de estar tirado en el piso, una jauría comenzó a acercarse a las alforjas donde estaban las provisiones. Al ver que nada los paraba, destrozaron las alforjas y devoraron todo lo que había de comestible. El hombre pensó:
-Suerte que tienen que estoy muerto que si no, yo mismo los echaba a patadas.
La jauría siguió husmeando y descubrió el burro atado a un árbol. Fácil presa era de los filosos dientes de los perros. EL burro chilló y coceó pero el hombre pensaba qué lindo sería defenderlo, si no fuera porque él estaba muerto.
En algunos minutos dieron cuenta del burro, sólo algunos pocos perros seguía royendo algún hueso.
La jauría, insaciable, siguió rondando el lugar.
No pasó mucho tiempo hasta que uno de los perros olió del olor del hombre. Miró a su alrededor y vió al hachero tirado inmovil en el piso. Se acercó lentamente (muy lentamente porque el hombre era muy peligroso y engañador).
En pocos instantes todos los babeando sus fauces rodearon al hombre.
-Ahora me van a comer -pensó. -Si no estuviera muerto, otra sería la historia.
Los perros se acercaron.
... Y viendo su inaccion se lo comieron.

Yo Soy Peter

Era un Barsucho de mala muerte, en uno de los barrios más turbios de la ciudad.
El ambiente sórdido parecía extraído de una novela policial de la serie negra.
Un pianista borracho y ojeroso golpeaba un blues aburrido, en un ricón que apenas se divisaba entre la poca luz y el humo de cigarrillos apestosos.
De repente la puerta de abrió de una patada. El pianista cesó de toca y todas las miradas se dirigieron a la puerta.
Era una especie de gigante lleno de músculos que se le escapaban de su remera, con tatuajes en sus brazos de herrero.
Una terrible cicatriz en la mejilla le dabaaún más fiereza a su cara de expresión terrible.
Con una voz que helaba la sangre gritó:
-¿Quién es Peter?
Un silencio dneso y terrorífico se instaló en el bar.
El gigante avanzó dos pasos, agarro una silla y la arrojó contra un espejo.
-¿Quién es Peter?- Volvió a preguntar.
De una mesa laterral, un pequeño hombrecitode anteojos corrió su silla, sin hacer ruido caminó hacia el gigantón, con voz casi inaudible, susurró:
-Yo... yo soy Peter.
-Ah, vos sos Peter, yo soy Jack, ¡hijo de...!
Con una sola mano lo levantó en el aire y lo arrójo contra un espejo. Lo levantó y le pegó dos cachetadas que parecía que le arrancarían la cabeza. Después le aplastó los anteojos. Le destrozó la ropa y por último, lo tiró al piso y le saltó sobre el estómago.
Un pequeño hilo de sangre empezó a brotar de la comisura de la boca del hombrecito, quedó tirado en el piso semiinconciente.
El gigantón se acercó a la puerta de salida y antes de irse, dijo:
-Nadie se buerle de mi, nadie!!! -Y se fue.
Apenas la puerta se cerró, dos o tres hombres se acercaron a levantar a la víctima de la golpiza. Lo sentaron, le acercaron un whisky.
El hombrecito se limpió la sangre de la boca y empezó a reirse. Primero suavemente y después, a carcajadas.
La gente lo miró sorprendida.
¿Los golpes los habían dejado loco?
-Ustedes no entienden -dijo, y siguió riendo -Yo sí me burlé de ese idiota...
Lo otros no podían evitar la curiosidad y lo llenaron de preguntas:
¿Cuándo?
¿Cómo?
¿Con una mina?
¿Por guita?
¿Qué le hiciste?
¿Lo mandaste preso?
El hombre siguió riendo.
-No, no. ¡Yo me burlé de ese estúpido ahora, delante de todos. Porque yo... ja ja ja... yo...
...Yo no soy Peter!


Jorge Bucay