miércoles, 27 de enero de 2010

¡Mirá Hacia Adelante!




Si caminamos con los ojos en la espalda nos estampamos contra el presente...

A veces superar algunas situaciones del pasado es un deber que tenemos para con nosotros mismos y para con los demás.
Y Ahora la típica orden que nos daban los adultos "¡no mires para atrás mientras caminas que podés golpear a alguien!" comienza a cobrar mucho más sentido que antes.

(El de la foto se está por estampar contra el poste).

viernes, 15 de enero de 2010

Pobre de Mí


Mi nombre completo es Ginette Beutel.

Ginette (nombre) viene del francés. La traducción del nombre es Juana que significa "poosedora de la gracia de Dios". La pronunciación en castellano es "Yinet" porque en francés la "g" suena como una "y", y las "e" finales sin tilde no se pronuncian.
Beutel (apellido) viene del alemán, significa "bolsa", sí señor. Significa nada más ni nada menos que bolsa. Lindo, ¿no? La pronunciación en castellano es "Boitel" (sólo sé que es así, a las reglas no me las conozco), pero por cuestiones de adaptación, ignorancia y hartazgo, la mayoría de las personas (en Argentina) lo pronuncian "Beutel", "Béutel", "Betel" o "Butel" (las últimas dos pronunciaciones provienen de gente Bruta).

Llamarse de ese modo tiene virtudes  y defectos:

Defectos: Muchas personas al ver escrito "Ginette" parece que su cuerpo es ocupado por un ser hueco y burlón y no pueden decir un apodo más "original" que "Jinete sin cabeza". Por el otro lado mi apellido, aunque no es del otro mundo como los apellidos rusos que tienen 30 consonantes seguidas, provoca parálisis en la personas que tratan de pronunciarlo por primera vez (generalmente profesores que consiguieron un título trucho).

La virtud es obvia: No creo que haya un persona que se llame igual que yo.

Si pienso en mi nombre relacionado con mi apellido puedo concluir que soy una Ginette dentro de una bolsa, una bolsa con la gracia de Dios, una Juana con forma de bolsa (vacía), o una jinete con una capa de bolsa.

Esa es quién soy, lo que soy es otra historia...

sábado, 9 de enero de 2010

La Espera.

En un pueblo lleno de polvo, con aspecto de lejano oeste crecía un niño en una casa llena de mujeres. Todas ellas se sentaban religiosamente en un sillón viejo, con un estampado de hacían dos decadas antes y unos almohadones aplastados por el tiempo en que generación tras generación descargaban su peso sobre ellos. La actividad consistía en ver sus tres novelas favoritas que se trasmitía por el único canal de televisión por aire de la zona. Obligatoriamente el niño acomodaba sobre las piernas de sus hermanas para ver "Amor Por Siempre", "El Paraíso de los Enamorados" y "Las Medias Naranjas".
Inevitablemente estas novelas, sumados a la cantidad de películas románticas que vió durante su infancia, tuvieron una influencia marcada en su persona.
Se había convertido en un romántico crónico. Su concepción del amor estaba tan idealizada por esas novelas de un argumento repetido, que al cumplir 15 años decidió esperar al amor de su vida.
Estaba convencido de que en algún lugar del mundo estaba la persona destinada a vivir el resto de su vida con él, y también estaba convencido de que si el destino lo decidía, sea como sea, ellos deberían estar juntos.
Así que desde ese día en adelante sólo se dedicó a leer el diario y escuchar la radio, echado en la verdad,  debajo del único árbol que daba la única sombra en el soleado, o más bien infernal pueblo que vivía. Su finalidad era la de esperar a su media naranja.
Hizo eso, perseverando por siempre.
Y un día, un día tan esperado... murió.
Y mientras estaba muerto, sucio y apretado en su pequeña lápida pensaba "¿¡Qué mierda hice con mi vida!??"