sábado, 9 de enero de 2010

La Espera.

En un pueblo lleno de polvo, con aspecto de lejano oeste crecía un niño en una casa llena de mujeres. Todas ellas se sentaban religiosamente en un sillón viejo, con un estampado de hacían dos decadas antes y unos almohadones aplastados por el tiempo en que generación tras generación descargaban su peso sobre ellos. La actividad consistía en ver sus tres novelas favoritas que se trasmitía por el único canal de televisión por aire de la zona. Obligatoriamente el niño acomodaba sobre las piernas de sus hermanas para ver "Amor Por Siempre", "El Paraíso de los Enamorados" y "Las Medias Naranjas".
Inevitablemente estas novelas, sumados a la cantidad de películas románticas que vió durante su infancia, tuvieron una influencia marcada en su persona.
Se había convertido en un romántico crónico. Su concepción del amor estaba tan idealizada por esas novelas de un argumento repetido, que al cumplir 15 años decidió esperar al amor de su vida.
Estaba convencido de que en algún lugar del mundo estaba la persona destinada a vivir el resto de su vida con él, y también estaba convencido de que si el destino lo decidía, sea como sea, ellos deberían estar juntos.
Así que desde ese día en adelante sólo se dedicó a leer el diario y escuchar la radio, echado en la verdad,  debajo del único árbol que daba la única sombra en el soleado, o más bien infernal pueblo que vivía. Su finalidad era la de esperar a su media naranja.
Hizo eso, perseverando por siempre.
Y un día, un día tan esperado... murió.
Y mientras estaba muerto, sucio y apretado en su pequeña lápida pensaba "¿¡Qué mierda hice con mi vida!??"

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