Toda mi vida viví sobreviviendo.
Despertándo cada día con la esperanza de que las cosas mejoraran. Las situaciones inevitáblemente me exigieron hacerme fuerte; ya había pasado por muchas cosas, era obligatorio poder superar lo que viniera.
Un día me dí cuenta que no era fuerte. Sentí que quería morir; yo no había pedido venir al mundo para pasarla mal, no quería, no me resignaba, sentí que no era justo - ¿Para qué vivir con tanto dolor? Ni con mi mayor esfuerzo ni con todas mis fuerzas puedo soportar lo que pasa. Soy débil, no puedo y no quiero. Dios: quiero morir - decía.
Justamente en ese momento, cuando quedé rendida, cuando ya no importaba qué iba a pasar después y yo solamente quería dormir, fue ahí que comprendí que mi debilidad sería lo que me mantendría en pie.
Aceptando que nada puedo hacer por mi misma le dije a Dios que sólamente él podía sostenerme. Todo mi cansancio, todo mi sufrimiento, todas mis lágrimas se las dí a él para que me cuidara.
Desde ese momento empecé a vivir confiando. Me siento como una niña que camina segura a la mano de su padre, porque sé que Dios me va a cuidar cada vez que lo necesite.
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