jueves, 1 de febrero de 2018

Ni culpa ni temor.

No me da culpa la vida, ni temor la muerte.
Mi vida en la tierra y mi vida en el cielo se resumen en una sola palabra: amor.


Una vez me preguntaste por qué me quedo tan quieta cuando me das besitos en el cachete. Días antes de que me hicieras esa pregunta me percaté que entre todos los momentos que vivo cada día, ese es el que más recuerdo y me gusta recordar, así que cuando los besos se hacen realidad me detengo para ser consciente del beneficio de la vida hacia mí. Sonrío y te grabo en mi memoria. 
¿Qué culpa me va a dar la vida si luego de unas cuantas tormentas estoy llena de regalos? 


Hay dos tipos de personas que no disfrutan de los regalos: La primera es la que está vacía por dentro, y la segunda es la persona a la que el maltrato le enseñó que los regalos eran para otros más valiosos.

Yo era del segundo tipo de personas. 

Me di cuenta de esto cuando empezamos a planificar nuestra vida juntos y compraste por sorpresa algunas cosas para nuestra futura casa. Yo no podía ponerme feliz porque no tenía la capacidad de entender que los regalos eran para mí.

Pero luego de un tiempo de recibir muchos regalos (sobre todo regalos al alma), entendí. Hoy cuando me proponen darme algo que no merezco lo recibo con alegría porque ni un poco del amor que se me concedió fue por un mérito mío. Fue, y sigue siendo por la simple voluntad que impulsa la gracia (entiéndase gracia como dar sin merecer). Yo soy beneficiaria de esa gracia y punto.
¿Qué culpa me va a dar la vida, si la gracia hacia mí es cosa suya y no mía?


Tu recuerdo es un recuerdo de ojos abiertos. Hay otro recuerdo que amo, pero es de ojos cerrados.
Cuando le canto a mi papá del cielo cierro los ojos porque él está adentro mi corazón. Y al estar juntos, sin ningún tipo de interrupciones (sin inseguridades, sin acusaciones, sin vergüenzas) puedo escuchar su voz, que es hermosa e indescriptible, pero que su veracidad es más potente que la del tacto. Cuando escucho su voz,  surge mi verdadera voz interna y sus verdaderos anhelos, que no tienen que ver ni con el éxito, ni con una larga vida, sino con estar para siempre con él, mi creador, mi primer y último amor. Pero ya no con él en mi corazón, sino yo adentro del suyo.

¿Qué temor me va a dar la muerte si me espera la vida más plena?

A mi amor de ojos cerrados y a mi amor de ojos abiertos, gracias por darme la mejor de las vidas.

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