viernes, 21 de agosto de 2009

DOS NÚMEROS MENOS

El hombre entra en la zapatería, un vendedor amable se le
acerca:
—¿En qué lo puedo servir, señor?
—Quisiera un par de zapatos negros como los de la
vidriera.
—Cómo no, señor. A ver, a ver... el número que busca...
debe ser... 41, ¿verdad?
—No, quiero un 39, por favor.
—Disculpe, señor, hace veinte años que trabajo en esto y
el número suyo debe ser 41, quizás 40, pero... ¿39?
—39 por favor.
—Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
—Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos
39.
El vendedor saca de un cajón ese extraño aparato que
usan los vendedores de zapatos para medir pies y con
satisfacción, proclama:
—¿Vio? Como yo decía: ¡41!
—Dígame ¿quién va a pagar los zapatos usted o yo?
—Usted.
—Bien, entonces ¿me trae un 39?
El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar
el par de zapatos número 39. En el camino se da cuenta de lo
que pasa: los zapatos no son para él, seguramente son para
hacer un regalo.
—Señor, aquí los tiene: 39 negros.
—¿Me da un calzador?
—¿Se los va a poner?
—Sí. Claro.
—Son... ¿para usted?
—¡Sí! ¿Me trae el calzador?
El calzador era imprescindible para conseguir hacer
entrar ESE pie en ESE zapato. Después de varios intentos y de
ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro
del zapato.
Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos, con
dificultad, sobre la alfombra.
—Está bien. Los llevo.
El vendedor siente dolor en sus propios pies de sólo
imaginar los dedos aplastados dentro del 39.
—¿Se los envuelvo?
—No, gracias. Los llevo puestos.
El cliente sale del negocio y camina, como puede, las tres
cuadras que lo separan de su trabajo.
El hombre trabaja de cajero (¡!) en un banco.
A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de
seis horas parado dentro de esos zapatos, su cara está
desencajada, tiene las conjuntivas inyectadas y lágrimas caen
copiosamente de sus ojos.
Su compañero, de la caja de al lado, lo ha estado mirando
toda la tarde y está preocupado por él:
—¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?
—No. Son los zapatos.
—¿Qué pasa con los zapatos?
—Me aprietan.
—¿Qué pasó? ¿Se mojaron?
—No, son dos números más chicos que mi pie...
—¿De quién son?
—Míos.
—No entiendo. ¿No te duelen los pies?
—Me matan, los pies.
—¿Y entonces?
—Te explico –dice, tragando saliva—. Yo no vivo una vida
de grandes satisfacciones, en realidad, en los últimos tiempos
tengo muy pocos momentos agradables.
—¿Y?
—Yo me mato con estos zapatos. Sufro como un hijo de
puta, es verdad... Pero dentro de unas horas, cuando llegue a
mi casa y me los saque... ¿Te imaginas el placer?... Qué placer,
loco... ¡Qué placer!

Así se sienten los viernes después de estar toda la semana "padeciendo".

3 comentarios:

Gabo dijo...

jajajaj esta re bueno jajaj :D

Anónimo dijo...

flogger !!!!!!!!!

Gini dijo...

juampi... a los floguers no les da la cabeza para crearse un blogspot =P